miércoles, 15 de agosto de 2012

Caminatas y cronica del día

Las crónicas que voy subiendo al blog , nacen en largas caminatas diarias rumbo a mi trabajo. Cada una de ellas  lleva a preguntarme sobre mi instinto animal, mi evolución y  mi libertad.
El ideal,  esa energía mística  que todos tenemos,  hace que pueda ver con otros ojos cada experiencia. Me ayuda a  calmar la ira frente a las injusticias, poner alguna cuota de humor frente al desparpajo del egoísmo, frente al necio o al  ignorante.
Aprendí en cada mañana,  que para cauterizar la oscuridad de estos tiempos, puedo recurrir a mi interior, donde silenciosas ideas me dan socorro. En esas alturas, donde el ideal se encuentra en serenidad y donde llega como el humo del incienso, la respiración agitada de los seres en continuo combate, es allí, donde encuentro la libertad.
De mi infancia y adolescencia no conservo mucho, menos, de lo aprendido en las aulas, pero sí, recuerdo muy bien la sensación de tierna armonía, que me  producía ver  por la ventana del aula a una de las vecinas que cada mañana ordenaba su jardín. Felices aquellos que guardan estas imágenes puras, merecedora de una distinción y deseos eternos. Por que nada se resiste a una idea, triunfa gradualmente la resistencia de los más testarudos, y es la que convierte  la energía inconciente que reside en nuestra naturaleza animal.

Me aflige pensar, que nuestros instintos, inclinaciones, pasiones,  nobleza y hasta nuestra infancia pasarán a la sangre de las próximas generaciones. Por esto, el apuro, y el deseo de comprender  la  oscura voluntad que nos lleva a dar a los otros, lo peor de nosotros, ante el primer conflicto. Sin contar, por ignorancia o invalidez, la elección de  analizar los hechos a la luz de la conciencia y evitar tantas desventuras.

Una crónica, una experiencia, toda la humanidad involucrada, el drama de la existencia: luchar con la baja naturaleza y alentar  el ideal para que fructifique.

Martes al medio día, las 12.25. Esquina de Río de Janeiro y Avenida Rivadavia, en el barrio de Caballito, hace un mes.
Una mujer joven, de vestido sencillo, avanza hacia la esquina con sus hijas de guardapolvo cuadrillé, de aquellos que se usan en los primeros años del jardín de infantes. Tomada de la mano de su madre, una de ellas se acurruca bajo el brazo de ésta como lo haría en la naturaleza un polluelo, buscando protección bajo el ala.
Al llegar a la esquina se detienen allí. Pasan diez minutos y la mujer sigue parada en el lugar con las niñas. Esperan y están inquietas. A lo lejos se ve venir una camioneta escolar por la Avenida Rivadavia.
-Allá viene! Grita la mujer.
La camioneta escolar estaciona cerca del cordón de la vereda para que las nenas puedan subir. La mujer que conduce la camioneta justifica su demora por el transito muy congestionado  a esas horas.
Las criaturas no  terminan de subir al vehiculo escolar, cuando otra camionetita de color blanco, del tipo utilitario, se le acerca.
 Desde el interior de la misma baja un joven de unos treinta años, vestido de vaqueros y camisa, de cabellos claros, muy corpulento.
 Para sorpresa de  los transeúntes, el hombre, con toda su furia, comienza a arrojar contra la camioneta escolar bombazos rojos, que suenan estrepitosamente contra la chapa de la camioneta. Se escucha el llanto de los niños. Un encierro por parte de la conductora del micro escolar, calles arriba,  había hecho aflorar en el joven la fuerza interior, la energía de la especie, dominándolo, enloqueciéndolo, azotándolo a la venganza, a la persecución, a imponer su voluntad y al ataque.
Ya no hay vuelta atrás, ni incertidumbre ni remordimiento.
 Los observadores confusos, hombres y mujeres, esquivan los dardos que fallan al blanco.
Terminada la descarga, el hombre, en un gesto de retomar fuerzas, mirando fijamente el liquido rojo que cubre casi todo el micro escolar, hace una respiración profunda, como la de los toros de lidia a punto de embestir, reflejando exteriormente pensamientos deformados que ya han perdido todo sentido. Y en ese instante donde la pasión se une a la acción,  revolea una caja de cartón contra la camioneta escolar y sin mirar, vuelve a su vehículo para  acelerar con toda violencia por la Avenida Rivadavia. Solo queda en  el suelo una caja de frutillas vacía y  en el ambiente  agridulce  y como traída desde el pasado, nuestra animalidad, que en un esfuerzo lento, victima de la ignorancia, está aun sin transfigurar.  Luz y sombra  de un mismo sol: el instinto y el alma.